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En más de una ocasión he podido escuchar, ante situaciones sangrantes, personas que se encogen de hombros y terminan por mirar para otro lado porque, según dicen, no está en su poder arreglar nada. Se equivocan, porque cada uno puede aportar su cuota de solución y está en la obligación moral de aportarla.
En este sentido he recordado una conocida leyenda anónima que lo explica con meridiana claridad:
Nos situamos en una playa, ante Kilómetros de arena y soledad. Al subir la marea las olas arrastran docenas de estrellas de mar. El sol en la mañana y la luna en la noche hacían brillar a las pobres estrellas varadas en la arena. Un hombre camina por la playa y contempla con tristeza la escena. Ve a un niño que recoge estrellas y las devuelve al océano.
-¿Por qué haces eso?
-Ha bajado la marea, el sol brilla con fuerza; si estas estrellas se quedan ahí se secarán y morirán.
-Hay miles de playas en el mundo. Hay cientos de miles de estrellas en esas playas. Y tú, aquí, te dedicas a devolver al océano unas pocas. No creo que eso influya mucho. ¿Qué importancia puede tener?
El niño mira al hombre, recoge otra estrella, la arroja al agua y dice:
-Para ésta sí tiene importancia.
Imagen de internet: Estrellas de mar en Cuba.
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