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Aunque en la iconografía moderna las sirenas se representan por lo general como de abrumadora belleza, es probable que en la tradición clásica su único atractivo radicase en su voz, y que su apariencia fuese poco menos que monstruosa. Horacio, en la Epistola ad Pisones, hace mención a un híbrido de mujer y pez como un sujeto hilarante:
desinat in piscem mulier formosa superne;
spectatum admissi, risum teneatis, amici
si en pez acabase lo que es una hermosa mujer por encima,
¿aguantaríais la risa al verlo, camaradas?
Se ha comentado que posiblemente las sirenas que tanto intrigaron a Sigmund Freud son la intelectualización tardía de un hecho narrativo que aúna peligro y belleza. En todo caso, ése sería un añadido elaborado a lo largo de los siglos a su origen como horrendas y extraordinarias cantantes que ocultaban el asesinato y la antropofagia.